sábado, 25 de julio de 2009

MICKY ROSPIGLIOSI


Los amigos del colegio donde estudió Micky no lo podían creer que a los trece años, el gordito viajaba al Mundial de Argentina en 1978. Quién no hubiese deseado que, a tan corta edad, uno tenga ese lindo sueño. Pero bueno, son cosas de la vida; y él no sólo fue un espectador o turista más en dicho evento, sino que su padre, el recordado Pocho Rospigliosi, en una de las transmisiones de un partido lo puso en la mesa de comentaristas para que envié un saludo a la familia que estaba en Perú. Luego de saludar se mandó con un comentario analizando el encuentro; ahí nacía un gran periodista deportivo.
Indudablemente nadie escoje al padre. El gran Pocho no era millonario, pero por su trabajo viajó mucho y, pudo llevar a su menor hijo a gozar de su primer Mundial de Fútbol. Buena decisión, porque de aquella ocasión cuando debutó como un improvisado periodista, no paró hasta que un cáncer de colon le cortó las alas de seguir viviendo, trabajando, luchando contra la corrupción de la Federación Peruana de Fútbol.
Tenía 23 años cuando su papá, aquel extraordinario periodista que acuñó: "ya vienen los goles de Cubillas" y "eso es lo que le gusta a la gente" nos dejó para siempre. Entonces el buen Micky tuvo que encargarse de continuar con el legado dejado por su padre; llegó a ser propietario de radio ovación, que luego perdería por una mala jugada de su amigo y socio.
Era un contestatario del sistema implantado por los "comehechados" de la federación encargada de la "pelotita". La batalla la siguió en todas las ventanas que se le presentó, ya sea en radio o en televisión; quizá por ello se enemistó y perdió muchos amigos, también periodistas; pero él se mantenía en sus trece, nunca claudicó a sus convicciones.
En su corta edad (tenía 44 años) vivió a todo tren, gozó de todo, tenía los autos que quería (entre ellos un porsche); nunca le faltaba mujeres; y siempre fue amante del buen comer. Quizá fue muy desmesurado en la comida, no se cuidó, no visitó al medicó en el momento indicado, y cuando lo hizo, ya era demasiado tarde.
Escucharlo en la radio o verlo en la pantalla chica era un placer, no era como esos tipos aburridos, sino que sus comentarios te enganchaban y las matizaba contando buenas anécdotas propias del deporte popular. Se fue el "gordo", el guerrero de ese vil oficio como es el periodismo, y se llevó una biblioteca de fútbol que quizá (espero haya dejado escrita sus memorias), nunca disfrutaremos.