miércoles, 23 de febrero de 2011

El Laberinto de Alan García

Cada mañana cuando Alan García se levanta, lo primero que hace es examinar su "ego colosal". Se va al baño, se mira al espejo, observa ese mechón de canas y se molesta porque su peluquero no chorreó tinte en esa parte. Luego se queda reflexionando y se arruga al pensar que ya le falta poco para que se largue de palacio. Su cara se va transformando al punto que entra en crisis; sus asistentes al toque recurren a su acostumbrada dosis de litio y el presidente regresa a la calma.
Una vez recuperado se pone un tanto nostálgico pensando que, pronto se le acabará la mamadera estatal. Extrañará los faeones, la circulina, los abundantes panes con chicharrón que se soplaba en palacio; ahora los tendrá que comprar. Estando en el llano la plata ya no llegará sola y tendrá que recurrir a hijos de personajes que son investigados por narcotráfico para que le habiliten 5 mil dólares y poder financiar su campaña de regreso a palacio el 2016.
El presidente entiende que el Apra es un partido que da vergüenza, y en las elecciones el pueblo los castigará. Por eso, él ya ha empezado a mover sus fichas. Pretendió manipular a las encuestadoras mediante el JNE, al final abortó semejante "chanchada". Como sus candidatos favoritos, "el mudo" Castañeda y la hija del reo Fujimori (Keiko) no prenden y se han estancado, él no sabe que hacer para que uno de ellos le haga la pelea al "cholo de Harvard".
Luego de haber criticado a Toledo sobre sus borracheras en palacio, se descubrió que él ha comprado (dice que fue donación) una buena cantidad de vinos argentinos,  y lo peor y huachafo es que en cada botella está la cara (la más favorecida) de Alan, dejándolo como un atorrante de barrio peligroso.