Los disparos de las balas y el ulular del coche policial sonaban muy fuerte, los policías seguían al mustang rojo que salia como una centella haciendo chillar las llantas.
La bulla era espantosa; el resplandor de la pantalla del televisor le caía justo en la cara de Arturo, pero éste no despertaba; se había quedado dormido.
Siempre se queda hasta las tres de la mañana terminando sus trabajos de diseño gráfico, cansado de imaginar y crear se tira a la cama para ver una película al cual nunca la termina de ver; se queda dormido a los cinco minutos.
Hace mucho tiempo que vive solo, a él le encanta vivir así, quizá para eludir la responsabilidad de una familia. Como diseñador le va bien; es muy competente, pero nunca trabaja para una empresa, no le gusta estar parametrado a un horario, ni tampoco que un jefe renegón le esté indicando lo que tiene que hacer.
Una vez tuvo un jefe; fue tan traumática la relación que dijo: no más jefes, suficiente con ese loco gruñón pelado y con mal aliento que me jodia siempre.
Él es un free lance; libre como el viento. Ofrece su trabajo y listo. Bueno así empezó pero con los años y la experiencia ahora es muy requerido.
Arturo ya bordea los 36 años y aun no se casa, o mejor dicho nadie lo atrapa, o no se deja cazar. Con su metro 78 y de corte atlético, va al gimnasio tres veces por semana y los fines de semana juega sus pichanguitas de fulbito; tiene el cabello dócil, facciones finas y las chicas siempre le han dicho que es un chico guapo.
Sus amigos lo fastidian siempre, enviándoles frases sutiles sospechando que mas parece del gremio de Ricky Martin, pero él, no se hace bolas; él sabe lo que quiere y en realidad apuesta por el matrimonio, pero todavía no encuentra a esa mujer, la que todos queremos y que nunca encontramos y si la ubicamos, ella ni nos mira.
Tiene en su lista a seis chicas que le gustan, son sus amigas; dos de ellas se ven con frecuencia, Una de ellas está en la mira de Arturo, su nombre Celia, el mismo nombre de la que fue reina del guaguancò, la negra de oro Celia Cruz; pero ella no tiene la voz potente de la cubana, todo lo contrario , tiene una voz débil, fina, como la canción del pájaro campana y eso le agrada a Arturo.
La conoció cuando ella le decoró el departamento que él compró y lo está pagando a largos 20 años. Le gustó de la guapa chica el color negro de su cabello, bien cortado como recomiendan las revistas de modas; quedó encantado con su mirada, la voz fina, su sonrisa y su figura delgada. Celia estudia derecho y lo alterna con el trabajo de decoradora.
Salieron a comer un par de veces, él ya le dijo que está enamorado de ella y que la cosa van en serio; a ella le seduce la idea, le gusta Arturo, pero espera el momento oportuno. Por ahora el diseñador le ha robado besos en sus finos labios, empleando cierto engaño que Celia creyó, pero ella aceptó correspondiendo con cierto nerviosismo.
Una tarde de verano de un día espléndido a las cinco de la tarde; el escenario era el centro de Lima que como siempre luce bulliciosa por el tráfico infernal.
Celia y Arturo caminan por las vetustas calles de la ciudad de los virreyes y los hacen cogidos de la mano. Arturito parece no creerlo, porque estaba saliendo con una verdadera flaca, no como otros chistosos que dicen que están saliendo con su flaca, que en realidad es una gorda del mismo porte de Keiko Fujimori. Caminan felices, van en busca de unos libros para ella, se miran con mucha ternura, sonríen.
Arturo se frena; un semáforo peatonal le indica que se detengan, él aprovecha y le dice:
-Me gustas mucho.
Ella sonrió
-También quisiera estar a tu lado y le estampa un beso.
El muchacho no esperaba esa muestra de cariño.
Seguían caminando, eran las seis de la tarde y la oscuridad estaba por llegar.
De pronto empezó a llover, algo no acostumbrado en la capital peruana.
La pareja enamorada se sorprendió, pero siguieron caminando felices; la lluvia empezó fuerte, como el chorro que disparan las mangueras de los bomberos; en un minuto estaban empapados.
Los viandantes del momento corrían y se refugiaban donde podían; ellos siguieron ahí abrazados y besándose; el agua seguía cayendo; el semáforo cambiaba cada minuto; los buses pasaban veloces despidiendo humo negro; las luces públicas se encendieron; la noche cayó y ellos seguían ahí.
-Arturo en verdad quieres estar conmigo - dice Celia.
- Claro preciosa, quiero que seas mi novia.
-Esta bien, acepto.
Arturo, tragó saliva y se quedó mudo, el cuerpo le temblaba; luego balbuceando dijo:
-¡Verdad, gracias, que feliz me haces!
-Tu también me haces feliz; dijo Celia.
Ella lo miró con mucho amor y le acarició los cabellos.
Se besaron y se abrazaron fuerte, como señal de que ese amor sería solido como una roca.
-Ahora nos vamos que nos podemos resfriar - dijo Celia con esa fina y encantadora voz.
De la mano caminaron dos cuadras y se refugiaron en una cafetería y bebieron café cargado bien caliente.
Sentados y mirando hacia la calle, observaban como el cielo dejaba de llorar.
Ellos se seguían mirando y acariciando; hablaban del futuro, de los hijos. Mientras bebían otra taza de café se daban muestras de mucho cariño y amor; al parecer había nacido un romance de esos que muchos sueñan, pero pocos llegan a saborear.
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La bulla era espantosa; el resplandor de la pantalla del televisor le caía justo en la cara de Arturo, pero éste no despertaba; se había quedado dormido.
Siempre se queda hasta las tres de la mañana terminando sus trabajos de diseño gráfico, cansado de imaginar y crear se tira a la cama para ver una película al cual nunca la termina de ver; se queda dormido a los cinco minutos.
Hace mucho tiempo que vive solo, a él le encanta vivir así, quizá para eludir la responsabilidad de una familia. Como diseñador le va bien; es muy competente, pero nunca trabaja para una empresa, no le gusta estar parametrado a un horario, ni tampoco que un jefe renegón le esté indicando lo que tiene que hacer.
Una vez tuvo un jefe; fue tan traumática la relación que dijo: no más jefes, suficiente con ese loco gruñón pelado y con mal aliento que me jodia siempre.
Él es un free lance; libre como el viento. Ofrece su trabajo y listo. Bueno así empezó pero con los años y la experiencia ahora es muy requerido.
Arturo ya bordea los 36 años y aun no se casa, o mejor dicho nadie lo atrapa, o no se deja cazar. Con su metro 78 y de corte atlético, va al gimnasio tres veces por semana y los fines de semana juega sus pichanguitas de fulbito; tiene el cabello dócil, facciones finas y las chicas siempre le han dicho que es un chico guapo.
Sus amigos lo fastidian siempre, enviándoles frases sutiles sospechando que mas parece del gremio de Ricky Martin, pero él, no se hace bolas; él sabe lo que quiere y en realidad apuesta por el matrimonio, pero todavía no encuentra a esa mujer, la que todos queremos y que nunca encontramos y si la ubicamos, ella ni nos mira.
Tiene en su lista a seis chicas que le gustan, son sus amigas; dos de ellas se ven con frecuencia, Una de ellas está en la mira de Arturo, su nombre Celia, el mismo nombre de la que fue reina del guaguancò, la negra de oro Celia Cruz; pero ella no tiene la voz potente de la cubana, todo lo contrario , tiene una voz débil, fina, como la canción del pájaro campana y eso le agrada a Arturo.
La conoció cuando ella le decoró el departamento que él compró y lo está pagando a largos 20 años. Le gustó de la guapa chica el color negro de su cabello, bien cortado como recomiendan las revistas de modas; quedó encantado con su mirada, la voz fina, su sonrisa y su figura delgada. Celia estudia derecho y lo alterna con el trabajo de decoradora.
Salieron a comer un par de veces, él ya le dijo que está enamorado de ella y que la cosa van en serio; a ella le seduce la idea, le gusta Arturo, pero espera el momento oportuno. Por ahora el diseñador le ha robado besos en sus finos labios, empleando cierto engaño que Celia creyó, pero ella aceptó correspondiendo con cierto nerviosismo.
Una tarde de verano de un día espléndido a las cinco de la tarde; el escenario era el centro de Lima que como siempre luce bulliciosa por el tráfico infernal.
Celia y Arturo caminan por las vetustas calles de la ciudad de los virreyes y los hacen cogidos de la mano. Arturito parece no creerlo, porque estaba saliendo con una verdadera flaca, no como otros chistosos que dicen que están saliendo con su flaca, que en realidad es una gorda del mismo porte de Keiko Fujimori. Caminan felices, van en busca de unos libros para ella, se miran con mucha ternura, sonríen.
Arturo se frena; un semáforo peatonal le indica que se detengan, él aprovecha y le dice:
-Me gustas mucho.
Ella sonrió
-También quisiera estar a tu lado y le estampa un beso.
El muchacho no esperaba esa muestra de cariño.
Seguían caminando, eran las seis de la tarde y la oscuridad estaba por llegar.
De pronto empezó a llover, algo no acostumbrado en la capital peruana.
La pareja enamorada se sorprendió, pero siguieron caminando felices; la lluvia empezó fuerte, como el chorro que disparan las mangueras de los bomberos; en un minuto estaban empapados.
Los viandantes del momento corrían y se refugiaban donde podían; ellos siguieron ahí abrazados y besándose; el agua seguía cayendo; el semáforo cambiaba cada minuto; los buses pasaban veloces despidiendo humo negro; las luces públicas se encendieron; la noche cayó y ellos seguían ahí.
-Arturo en verdad quieres estar conmigo - dice Celia.
- Claro preciosa, quiero que seas mi novia.
-Esta bien, acepto.
Arturo, tragó saliva y se quedó mudo, el cuerpo le temblaba; luego balbuceando dijo:
-¡Verdad, gracias, que feliz me haces!
-Tu también me haces feliz; dijo Celia.
Ella lo miró con mucho amor y le acarició los cabellos.
Se besaron y se abrazaron fuerte, como señal de que ese amor sería solido como una roca.
-Ahora nos vamos que nos podemos resfriar - dijo Celia con esa fina y encantadora voz.
De la mano caminaron dos cuadras y se refugiaron en una cafetería y bebieron café cargado bien caliente.
Sentados y mirando hacia la calle, observaban como el cielo dejaba de llorar.
Ellos se seguían mirando y acariciando; hablaban del futuro, de los hijos. Mientras bebían otra taza de café se daban muestras de mucho cariño y amor; al parecer había nacido un romance de esos que muchos sueñan, pero pocos llegan a saborear.
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