sábado, 28 de febrero de 2015

EL ORDEÑADOR

El vehículo policial se desplaza por una calle de una zona movida, picante de la ciudad, son las cuatro de la tarde, los vecinos observan con sorpresa, creen que están patrullando las calles, y se sienten aliviados. Dos policías van en la patrulla, están cautelosos, un poco nerviosos, miran para todos lados. El que conduce tiene mirada penetrante y cara de perro flaco con secuelas de acné en la cara; el copiloto es un tanto bonachón pero con cara de chancho, cabello hirsuto, lentes oscuros, la panza prominente digna de la mayoría de los efectivos del orden.

Después de dar vueltas de manera sospechosa la puerta de un taller se abre automáticamente, el patrullero entra y se ubica en la zanja; las puertas del taller se cierran con la velocidad de un rayo. Los vecinos creen que el vehículo esta averiado y entra a reparación.





En cuestión de segundos aparece el propietario del taller y se saluda con los policías, se abrazan, ríen, bromean; de inmediato ingresa a la zanja y empieza a extraer la gasolina del patrullero con unas mangueras que van directo a unos baldes grandes cual ordeñador succiona las tetas de la vaca y deja al vehículo solo con la reserva de combustible. Culminado el pillaje, mete la mano a uno de sus bolsillos y saca 150 soles que entrega a los policías ladrones, que se reparten  fifty- fifty sin dejar de lanzar carcajadas, como diciendo estamos ganadores, somos vivarachos robándole al estado, y a los peruanos.

Esa es una de las mil formas de corrupción policial, hay muchas historias incluso denunciadas por la prensa pero el castigo no es más que rotar a los policías delincuentes mandándolos a otra zona o distrito; no hay un castigo severo, todo queda en el entorno, porque entre ellos se tapan todos los latrocinios. Si se hace una limpieza en la policía nos quedaríamos desamparados porque la mayoría son corruptos, quedan algunos honestos que contaríamos con los dedos de la mano y eso es lamentable.