lunes, 18 de agosto de 2014

MELISSA

Un metro ochenta, 25 años, cabello castaño, imponente, hermosa y lindos pechos. Un cuerpo de infarto, como les gusta a los peruanos. En el trabajo todos babean por ella cuando llega con una ajustada minifalda y moviendo las caderas de manera exagerada.

Melissa estaba en todo su esplendor, deseada por todos los varones donde trabajaba, admirada y piropeada por los jóvenes y viejos verdes cuando ella se atrevía a caminar por la calle. Pero todos se quedaban con las ganas, el único que disfrutaba ese monumento era su jefe, un hombre casado, alto, barrigón, canoso, miope, rabioso, con mal aliento; pero con mucho billete.

Cansada de ser la mal vista secretaria, sueldo ínfimo y que su jefe se aprovechara de ella, un día viernes renunció. Su nuevo oficio: el más antiguo del mundo. Melissa concluyó que vendiendo su cuerpo ganaría mucho dinero y pronto compraría un departamento, el sueño de su vida, bueno el de mucha gente creo. La guapa mujer se valoraba, por eso le puso precio: 200 dólares.


La guapa mujer tenia reglas para su trabajo, solo se acostaría con hombres que fueran de su agrado. Se consideraba una mujer A1. Ergo, no aceptaba cualquier fulano maloliente.

Acostumbrada a un aburrido horario de oficina, resolvió que solo se desprendía de su prenda intima de lunes a viernes. Solo dos encuentros al día. Los sábados y domingos eran sagrados, dormía hasta el mediodía; luego disfrutaba con películas en su pantalla gigante. En la tarde iba al gimnasio, luego de compras, su debilidad: las carteras de cuero.


Un día caluroso la visitó el rey de la papa; ella lo miró de pies a cabeza con desprecio y con un gesto de desaprobación le cerró la puerta; el tipo insistió con 400 dólares, igual lo mando a rodar. Se imaginó viendo al popular "chapulin el dulce"  y rechazó el dinero.

Así era Melissa, implacable y era como la "comida peruana", muy solicitada en todo el mundo. En una oportunidad rechazó a un otorongo congresista eléctrico, que le temblaba el cuerpo y pensó que el payaso político se moriría en pleno acto y se asustó. De inmediato largo a otra parte con su tembladera al viejo que se quedó con las ganas.


Pero lo mejor fue rechazar aun expresidente, de rasgos andinos y amante del trago. Un edecan fue la conexión; ella dijo: No, el militar le imploró mostrándole 1,000 de los verdes para que se acueste con el entonces mandatario, pero la mujer se mantuvo en sus trece y lo mando a rodar.


Con el dinero que ganó se compro un departamento. Con calculadora en mano aseguró que trabajaría cuatro años más y luego se plantaba. Los días de Melissa fueron de trabajo y relajo, pero ella deseaba enamorarse y casarse, total tenia todo el derecho.


Un día amaneció nublado, con el cielo gris y el panorama triste como suelen ser los días de invierno de Lima. Melissa recibe a un tipo de buena pinta, musculoso, esos que la derriten, incluso se atrevería hacerlo gratis. Ella suspiró y lo hizo entrar sin tanto trámite. El guapo paga los 200 dólares por los servicios que la mujer guardó en su cartera de cuero fino. Se entregaron como mandan los libros amatorios. La pareja estaba feliz que se olvidaron de la protección correspondiente.


Al terminar la faena Melissa estaba feliz entregándose con un tipo guapo, desconocido y, sonreía por que llegó al orgasmo; situación que no acostumbraba con los clientes. 


-Feliz le dice:¡me gustas, qué lindo eres!.

-El guapo responde todo displicente y con con la mirada perdida: no te importa que tenga SIDA.


Melissa enmudeció, palideció y balbuceó:

-No me digas que estás infectado. El tipo movió la cabeza afirmativamente. El cliente se vistió rápido y se largó dejando a la deseable mujer tendida en la cama sin decir nada.


Los días cambiaron para la bella Melissa, su vida también. Se deprimió, ya nada le importaba, caminaba con la mirada perdida. Definitivamente ya no fue la misma. Su vida no tenia sentido. Los pensamientos fueron abrumadores de que podría tener SIDA: y que moriría con esa terrible enfermedad; lloró mucho, no soportó esa situación y decidió lanzarse al vacío del quinto piso de su departamento, muriendo en el acto.