Era una noche de verano en la costa verde de los años ochenta, época de la buena música que ahora todos recuerdan con nostalgia. La canción "cuando pase el temblor" de Soda Stereo sonaba en el toyota corona del 79, pero bien tuneado de Claudio. Era el gran día de los piques, ilegales claro está. Eran una veintena de jóvenes que estaban con sus bólidos de todos los colores esperando el momento favorable y disfrutar de la velocidad y destreza en el manejo.
Antes de empezar la fiesta de los piques todos los chicos empezaron con la previa; sazonarse como debe ser. Todos tenían su chata de ron en la mano y empezaron a beber para calentar el cuerpo y ponerse eufóricos. Claudio era el líder, el entusiasta del grupo, veinte años, estudiante de derecho, un metro ochenta, cabello castaño oscuro, mirada risueña, rostro ovalado, dentadura imperfecta, (los brackets no estaban de moda en esa época) delgado, tenia el cuerpo bien formado, esculpido como los descerebrados muchachos de "esto es guerra" y le gustaba mucho el ron como que en ese momento se toma un buen sorbo, sacude la cabeza y dice; ¡que buen trago carajo! al mismo tiempo que del bolsillo de su camisa saca un porro de marihuana, lo enciende y le da una pitada profunda, tose y dice: ¡Chucha! esto está bueno, ahora yo mismo soy.
Claudio camina tres metros donde estaba su bólido color rojo sangre, eran las dos de la mañana. Enciende su auto, acelera fuerte, la bulla se escucha hasta los quintos infiernos, se pone en linea de inicio con su competidor, un toyota celica verde limón. Se da la partida y los bólidos salen como alma que lleva el diablo.
El toyota sale primero, el celica no se queda atrás y trata de alcanzarlo, logra su cometido, los dos iban parejo. Claudio estaba muy eufórico, loco, la marihuana ya había surtido efecto y acelera a fondo, no puede dominar una curva y sale disparado, el auto se eleva y da tres vueltas de campana, ahí quedo todo, la maquina destrozada. El silencio era total, todos fugaron, dejando a Claudio agonizando.
Pasó una semana y Claudio abrió los ojos, estaba vivo. El médico le dijo: te salvaste, pero tus piernas quedaron trituradas; no podrás caminar en toda tu vida; el muchacho gritó, no que quería aceptarlo, sus padres trataron de consolarlo, sin lograr tal propósito, seguía llorando, tuvieron que sedarlo.
Estuvo con tratamiento psicológico, como dos años, paulatinamente iba aceptando su nueva condición, pero siempre se lamentaba haber asistido aquella noche fatal a los malditos piques ilegales, (también hay legales que se realizan en el autódromo de la Chutana y que son una invitación al infierno, allí murió el papá del futbolista Juan Diego Vigil) que ya no podrá jugar nunca al fútbol, deporte que amaba y que las chicas ya no lo verán como antes, su enamorada lo dejó, se quedó solo y eso lo deprimía y lloraba. Ahora se moviliza asistido con muletas que serán su compañera de toda la vida.