Me pareció algo normal que los pirañas revendedores se apropiaran de un importante número de entradas para el partido Perú-Paraguay. Raro sería y eso no sucedía. A los dos días no había boletos, éstos por arte de magia aparecieron en el mercado negro y en manos de esos fulanos que se pasan la semana rascándose las boloñas y esperan un día de reventa para salvar el mes. Sí esos grasientos regordetes, que caminan juntos a otros paliduchos de ojos rojos y con barba de cinco días, que soñolientos y con un tufo abominable van acompañados por putas de medio pelo y que gastan lo ganado en borracheras malditas, bailando las cumbias chicheras que le recuerdan su perversa y tormentosa vida, soplándose todas las cervezas, pero no del sponsor de la selección, sino de la mas barata y alternando con pitillos que emanan un olor a kerosene.
Y quién es el que se jode: el sufrido hincha que tiene que aflojar la billetera y pagar capricho para gritar, alentar, y saltar por ver al Perú clasificado. Esa ruleta mafiosa nunca morirá. Policías y personajes oscuros succionan de la misma teta mugrienta que es el negocio de la reventa.El triunfo hizo olvidar la mala organizaciòn; sí se perdía, hasta los cuatro fantásticos serian una mierda.
Esperaba el Perú- Chile en un Chifa de Lince con unos amigos. Estábamos ganadores y nos creíamos Barcelona. la afición ya vaticinaba un triunfo peruano sin haber jugado; el 4-2 a favor de los mapochos nos regresó a nuestra triste realidad.
Son 30 años sin ir a un mundial, otros 30, no me parecería nada raro.
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